viernes, 17 de abril de 2009

21 de noviembre, San Juan, Puerto Rico/24 de noviembre, Madrid, España

Martes 21 de noviembre del 2006
 
Querid@s:
 
Antes que otra cosa, me disculpo porque el mail sea comunal, pero no he tenido ni dos minutos para responder a sus adorables correos, así que mando esto a todos, con carácter colectivo, pero intención individual… Ojalá tengan la soltura de escribirme aunque no pueda responder, pues no saben lo mucho que me animan sus palabras. Acá van algunas mías:
 
Estoy en el aeropuerto de San Juan, Puerto Rico, con lágrimas en los dientes; no dejo de sonreír mientras se mojan mis cachetes. Qué vivencias. Qué intensidad. Estoy por zarpar a Madrid, y no sé cómo es, a qué huele o qué me voy a encontrar por allá. Pero por lo que he vivido aquí, ya todo valió la pena. Hubo de todo: diversión, risas, abrazos,
besos, amor, mucho amor, algo de dolor, el corazón tan hicnhado que a veces se llegó a romper. Aplausos, gritos, abucheos, escenarios, fans, autógrafos y más amor. Más risas, caricias, entrega.
 
Toda la primera semana estuve en la loca, dictando un taller a la Liga Amateur de Impro y a la Liga Juvenil. ¡PUFF! Qué personajazos. Les traje alegrías (las de amaranto) y ellos me dieron los mismo (de las eternas). A ambos nos fascinaron los regalos. Seres encantadores desde 11 hasta 40 años. Todos repitiendo hacia el final del curso lo “CHINGÓN” que fue la experiencia. Las madres de los pequeños no se inmutaban por escuchar a sus hijos hablando así, pues les aseguraba que “güey”, “chingar” (con sus infinitas variables), “cabrón” y demás, eran como poemas allá de donde yo venía.
A la vez, entrenaba para un programa piloto de Impro. Intenso, cansado, muy satisfactorio.

Luego comenzó el festival. Llegó gente de Perú, Argentina y Boston. Conviví también con colombianos. La mezcla cultural estuvo “bacana”; se convirtió en algo común escucharme diciendo “whatsoever”, tratando de aplicarlo en cuanta frase en inglés decía, siempre arrancando carcajadas por los pésimos y perenes intentos. Lo mismo se escuchaba a los gringos y peruanos diciendo “aaaahuevo”, que a mí “no, mi amoooor” o a los “pueltorriqueños” diciendo que algo estaba “del putas”. Hubo otro tipo de intercambios… Dentro y fuera del escenario. Fui un árbitro amado y odiado, un personaje controvertido que lo mismo acataba y hacía cumplir el reglamento de match de Impro a la perfección, como también se robaba arrogantemente el show, provocaba al público y se inventaba faltas. Mucha responsabilidad, mucho riesgo, muuuuucha diversión. Buenos resultados.
 
En la grabación del piloto, nos la bañamos. Qué cosa más divertida. Los productores me felicitaron mucho y me aseguraron que el programa saldría al aire y que me querían ahí… Mmmmh, buenas personas, buen proyecto, pero ya se verá… Si es cierto, si sí se animan, si sí me animo, quién sabe… Un paso a la vez.
También tuve una función de mi “unipersonal”, sin músico ni nada. Un improvisador vestido de negro lanzándose a un escenario, también todo negro, intentando iluminarlo con historias inmediatas. Fue un experimento riesgoso, pues además me inventé unos ejercicios específicamente para dicha función. Afortunadamente, funcionó. Cabrón. Tres que cuatro actores reconocidos de acá se acercaron al final del show a darme las gracias y todo tipo de felicitaciones; mis alumnos (quienes ahora se refieren a ellos mismos como los “tetazos”) estaban ahí, siempre presentes, siempre queriendo mirarme hacia arriba, sin entender que era yo quien debía besarles los pies. Algunas personas me ayudaron incondicionalmente para el show, que, al final, poco tuvo de “uni” y mucho de “personal”. Pienso en ellos y suspiro. Qué entrega. También del público. Aplaudieron hasta que les dolieron las manos. Me abrazaron hasta tronarme la espalda. Y, luego, me encontraba uno que otro grupo en el teatro o en un centro comercial, y me gritaban “¡Piolo!”, me decían haberme visto y me pedían autógrafos y me daban tanto cariño que dolía. Se los daba junto con un abrazo y la cara y el corazón sonrojados. Esa misma noche (una de tantas en que tuve dos funciones al hilo) jugué match. El “juego de estrellas”. Y ahí apesté. Total. Ja ja ja. Nunca me hice entender, y nunca entendí. Recibí más pelotazos que una pared de frontón. Pero la verdad es que ya ni dolía. El cuerpo y el espíritu estaban ya adormecidos. Y tan enriquecidos que, nada, hasta eso disfruté. Me quedo con todo. No trato de olvidar, enaltecer o minimizar nada. Todo es alimento. (Por cierto, hablando de alimento, aquello que decía la canción de
Mi abuela: “aquí se comen viandas y arroz con habichuelas –frijoles o ‘fríjoles’, a decir de los colombianos–”, es real, y no manches qué delicia; me acordaba mucho de mi mami. Eso, y los “amarillitos” –plátanos machos maduros, pues los locos suelen comérselos verdes y a esos son a los que le dicen ‘plátanos–, era lo mejor)
 
Luego de tanto tiempo durmiendo tan poco, improvisando tanto y viviendo al máximo, llegó el tiempo de empacar. De cerrar este primer capítulo. Al que llegué como libro abierto, en blanco, dispuesto a que se escribiera lo que fuera. Mientras lo hacía, contribuía a aumentar el nivel de agua y sal en el ambiente… Por cierto, nunca toqué el mar… Aunque él si me tocó. La segunda semana me quedé en un penthouse frente al océano y dormía y despertaba con su música. Me dijo tantas cosas, que aunque no haya podido nadarlo, el me nadó. Y nada… Y todo… Me marcho con un capítulo escrito con tinta indeleble. Y sigo con las páginas abiertas en espera de ser escrito. Estuvo tan completo el viaje, con éxitos y fracasos, ilusiones y desilusiones, subidas, bajadas; gritos, susurros; que estoy agradecido, enormemente. Finalmente, así es la vida Con lunas, mareas y climas cambiantes. Y qué bueno. Si no, qué aburrición. “Aunque el mar vuelve, nunca es el mismo mar. La Tierra nos devuelve otro sol cuando gira”, dijo Pedro Guerra. Dejo una parte de mí acá, pero no me voy incompleto, porque también me llevo mucho. Mucho más de lo que traje… Estuvo “chévere hangear, partysear, y trippear con todos los panas huelebichos” de por acá.
 
Supongo que a las orugas les duele un poco mientras les salen las alas, pero una vez que están volando, han de pensar que valió la pena. En esas ando. (Y no, nada tiene que ver con que me esté volviendo mariposón ¿ok? Ji.)
 
Sé que es largo el mail y que a veces lo que falta es tiempo, no ganas. Así que le corto acá para los que tengan que dejar de leer, y les mando mil abrazos y cariño. A los demás, les comparto una historia que me encantó…
 
 
“La chingona”
 
Hace dos años, cuando vine al primer festival, conocí gente estupenda. Entre ellos a Rubén. Un tipo callado, analítico, generoso, sorpendente y sumamente divertido, dentro y fuera del escenario. Ahora tuve la oportunidad de convivir mucho más con él, para mi fortuna. Tanto a él como a los otros improvisadores con quienes grabé el piloto de TV les traje “
hacky saks” (las pelotitas coyoacanenses para dominar cual balón de fut, cual aquellas peloticas de cuero que se llamaban “cascaritas”). Terminamos usándolas para todo. Sirvieron mucho en el taller y para calentar antes de función. La primera vez podíamos hacer a penas una o dos dominadas con ellas; hacia el final del viaje, ya llegábamos hasta a 10 y eso nos llenaba de la emoción y el calor ideales para improvisar. En fin, el caso es que a Rubén le dije que aunque había muchas, la suya era “la chingona”. Le encantó la palabra. Entonces, cada que jugábamos, él ofrecía jugar no con cualquiera, sino con “la chingona”.
El día que comienza el festival me dice que algo le pasó a “la chingona”, que lo lamentaba y que más tarde le recordara para me platicara qué es lo que le había sucedido. Mientras tanto, yo busqué otra, la última, para reponérsela.
Poco después comienza a contarme la historia:
“Estaba en mi clase de Impro hoy, con niños de alrededor de 10 años. Hay una pequeña a la que le cuesta trabajo narrar, avanzar historias y es medio tímida. Pero hoy fue distinto: Usando “la chingona” inventé un juego en el cual aquél que atrapara la pelota tenía que continuar improvisando la historia. La niña estaba más avispada, fluida y segura que nunca. Muy bien. Me sorprendió. Al final de la clase, se acerca a mí y me dice ‘he visto que varios tienen de esas pelotas, yo quiero una, necesito conseguirla, ¿dónde hay?…’
–     No, bueno, es que esas las trajo Piolo desde México a algunos de nosotros y ya no tiene más. Además, bueno, ésta no es cualquier pelota, ésta es “la chingona” y pues no podría desprenderme de ella, es única.
–     Ah… con razón… ok… ni modo, es una lástima, porque me pasó que cada que la atrapaba, mágicamente comenzaba a improvisar mejor que nunca, como si las palabras llegaran a mí sin esfuerzo, no tenía miedo, lo mismo quería atrapar la pelota que compartirla, contar mi parte de la historia que dejarle el resto a los demás; todo gracias a la pelota.
–     ¿Sabes qué? –y Rubén estiró la mano– toma, te la regalo, pero con una condición.
–     ¿En serio? –La niña sonrió encantada–. ¡Claro! ¡Lo que quieras!
–     Que vayas por la vida contando la historia de “la chingona”.
–     Así lo haré.
“Y la niña se fue, con una sonrisa en la cara y con ‘la chingona’ en la mano”.
 
Le dije a Rubén que había hecho bien en regalarla, que me llenaba de emoción y que tenía la piel china por aquella historia Así pues, saqué el último “
hacky sak”, con el que pensaba reponer a la “la chingona”; le dije a Rubén que esta pelota no era nada buena, que era tan chafa que no podría regalarla porque sólo le serviría a él. Y que si alguien acababa convenciéndolo, pues nada, que entonces hiciera lo mismo que con “la chingona” para que de esa forma comenzara a propagarse también la leyenda de “la culera”.
 
No sé cuándo pueda mandar esto y mucho menos cuándo pueda volver a conectarme. Pero lo haré en cuanto pueda. Los mantendré al tanto y me mantendré al tiente, al dente, ardiente.
 
Mando vibras y suspiros de vértigo y emoción. Mando amor. Mucho amor.
 
Hasta… hasta entonces…
 
Piolo
-˚-˚-˚-
 
24 de noviembre, Madrid, España
 
Qué cambio de clima, de ambiente, de gente. En Puerto Rico, calor, desaliño, humedad, minifaldas; acá, elegancia, frío, olor añejo. Bien, me gusta. Las primeras impresiones son como de estar atrapado en una peli de Almodóvar; llena de personajes con alto grado de nostalgia pero con una dignidad inquebrantable. Acá el viento también te revuelve el pelo, trae frío que te pica como agujas, de acupuntura, a penas. El otoño es como el que te enseñan en la primaria, con hojas naranjas que caen como trinches viajeros que te rascan la espalda…
 
Hoy, la primera función en España, la primera con este equipo, la primera en Europa, en el Círculo de Bellas Artes; la primera del resto de mi vida. Pienso disfrutar. Nada más. Tengo nervio… del chingón, eso sí.
 
Ya mandaré más noticias. Por ahora mando abrazos calentadores y sonrisas destempladas.
 
Los quiero,
 
Yo mero.


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