viernes, 17 de abril de 2009

De Ronald, Mc Donald's y otras payasadas...


Hoy comí en Mc Donald’s. Me mataba la curiosidad. La hamburguesa no era de res. Pero seamos realistas, ¿cuándo lo ha sido? Como pasa en casi todo el mundo, a escasas cuadras hay comida local, deliciosa y mucho más barata, pero ahí estamos una bola de idiotas como hipnotizados por Ronald Mc Donald, que es igual de macabro en cualquier parte del orbe (y que cuya escabrosa caricatura de los manteles de papel, todavía tenía el descaro de dar consejos sobre cómo llevar una sana alimentación). Me aplicaron el occidental y mercadotécnico truco de “por sólo 15 rupias más su combo puede ser grande”; resistí las primeras tres ofertas, pero luego usaron el as bajo la manga, el truco indio: me lo volvieron a pedir pero con cara de “ándale, pooooor fi”, como si su empleo dependiera de ello. Y caí.
 
Saliendo, con panza llena y dedo grasoso, entré al cine. Wow. Qué experiencia. Vi Dhoom 2, cuyo soundtrack escucho ahora mismo. Es como el James Bond de acá. Una película al estilo de Ocean’s 12 o Mission Impossible 2, en donde no importa nada el guión o las actuaciones, mientras haya mucha acción que haga sudar los inmejorables cuerpos de los protagonistas, que en este caso eran las versiones indias de Benicio del Toro/Jaime Camil, Haley Berry/Luz Elena González, Brad Pitt/Carlos Ponce y Jean Claude Vandame/Eduardo España. Muy entretenido, en gran medida, debido al humor involuntario. Ah, por cierto, la peli estaba en hindi, pero de repente hablaban en inglés, entonces yo oía como “Reweiorjne ijewfhafd hfdsiufhs YOU ARE SO SEXY. Geuwirhwe cxznc hfieu eiwojf WANT A DRINK? Trueiwon fjslodfjs OK. Tretwy fndjksioer ffsdfsdy FRENCH FRIES dsjfhsdifhewif I LOVE YOU.” Y también de repente, así de la nada, como buena cinta bollywoodense (en efecto, la industria cinematográfica india por excelencia se hace llamar Bollywood) se armaban bailes en plena película. Una especie de videoclips eternos que ni avanzaban la historia, ni agregaban nada; vamos, no era en esas partes en las que se musicalizan y resumen una enorme cantidad tareas o planes que serían aburridos ver en silencio o en tiempo real. No. Sólo era como “¡hey, todos los que están alrededor!, ¿se saben la coreografía? ¡Entonces vamos a bailar cinco minutos!” Tres horas de película, con su respectivo intermedio y con la clara petición de ponerse de pie, antes de que ésta comenzara, para escuchar el himno indio, mientras se veía una banderita nacional agitándose en la pantalla, seguramente filmada hace ya varia década.
 
Y el latin power se hacía presente. En Mc Donald’s se escuchaba una canción de Shakira y Alejandro Sanz mezclada con cítara y ritmos indios en una bocina junto a la cual había un menú que ofrecía un “Chicken Mexican Wrap”, mientras que afuera se vislumbrara un Gael García gigante para promocionar Babel, y dentro del cine se ofrecían, literalmente “Nachos Mexicano (salsa)”. Es tan similar India a México en algunas cosas que no me sorprendería que fuera cierta aquella leyenda que medio me contaron sobre que algún día ambas naciones eran una sola, pero fueron separadas por algún lío de faldas (de saris, más bien) o algo así. En la calle se venden frutas con sal y chile piquín, elotes, una especie de esquites, pepitas y otras semillas doradas en comal; las comidas corridas (thalis) se acompañan de tortillas (chapatis); orillados por sus circunstancias, los taxistas (conductores de rickshaws, esos triciclos con cabina de aluminio, endeble como papel, o como papel aluminio) y los policías son bien transas y buscan cualquier forma de sacarte plata, de robarte; las similitudes físicas de los habitantes de ambos países son bastantes también; en fin…
 
En efecto, ahora conozco un poco más el mundo de afuera. Me salí de trabajar. Dejé el “programa” de “Work as Meditation” (“Work ass...”). Luego de los cientos de incidentes en la puerta, me ofrecieron un nuevo trabajo en el área de eventos, normalmente muy divertida, pero para entonces con todo el estrés de la fiesta de fin de año encima. Gracias, pero no gracias. Ahora fui yo el que aplicó todo el argumento sobre el cambio y la importancia de poder adaptarse a éstos. Y ese mismo día tuve que desalojar mi habitación y encontrar dónde vivir hasta quién sabe cuándo. Iba pasando frente a un hotel que está casi pared con pared del Resort de Meditación, donde sabía de sobra que no habría cuartos dado que era la semana más ocupada del año, pero igual lo intenté. “No, señor, ya no tenemos cuartos… Bueno, tenemos un ‘cuuuuuarto’ –decía el recepcionista, agitando la cabeza, como si él mismo dudara que el cuchitril mereciera dicha denominación–, no sé si quiera verlo”. “Sí, quiero verlo, pero ¿qué, tiene fantasmas o por qué esa forma de decirlo…” Lo vi y entendí de inmediato. Ja ja ja. Es más como una caja de zapatos que una habitación. De ancho, alcanzo a tocar ambas paredes con los brazos estirados. De largo, llego con un paso de elefante, uno de gallo y uno de pollito. Ji ji ji. “¡Me lo quedo!” Sí, sí, era la opción, mientras encontraba algo mejor, si es que encontraba algo en dicha época. Al poco tiempo me enamoré de mi “cuaaaaaarto”. Es cierto, para llegar al baño, debo cruzar una terraza (baño comunal, cuyas regaderas están divididas por unos vidrios tan ligeramente biselados que se puede mirar casi plenamente al bañista de al lado; a veces te toca algo agradable que ver, pero en otras ocasiones tú eres lo no tan malo para ver, y eso sí está feo), dada la construcción que hay al lado, se le mete polvo en exceso –hoy lo limpié y saqué la tierra suficiente para sembrar una plantita–; si entra el sol, me salgo yo; se está descarapelando la pintura, la cómoda para guardar la ropa está fuera, pues adentro no cabe; y no huele del todo bien, debido a la coladera vieja que hay en una esquina; pero tengo un hermoso jardín a unos pasos, estoy junto al Resort, tengo un porche (no, no el auto, tetos) al que me salgo, cual gringo viejo en suburbio clasemediero, a tomar el fresco y mirar la luna. Además, pagué lo equivalente a $200 pesos las primeras tres noches, cada una, y desde entonces hasta ahora, pago sólo como $50 varos por noche, $50 pesitos por la luna más hermosa del mundo. Es un buen trato. Más la seguridad de un hotel y de que no caerás en las garras de unos de los tantos coyotes que andan por las calles ofreciéndote cuartos y que a la mera hora no te dan ni octavos, no está nada mal.
 
En cuanto me salí del trabajo, estaba, digamos “osheado”, hasta el queque de este multicitado líder espiritual y sus cientos de libros, fotos, discos, revistas; hasta el queque de escuchar a todo el mundo diciendo “Osho dice esto sobre el matrimonio, aquello sobre la infancia, esto otro sobre cómo estás parado en este preciso momento y esto y esto y esto otro sobre las papas fritas”. ¡YAAAAA! Harto, además, de estar uniformado, peor aún, de haber tenido que estarle pidiendo a la gente que se uniformara correctamente; de TENER que ir a ciertas meditaciones, de tanta clavadés, de tanta institución. Así que pasé un par de días sin volver. La verdad es que en los alrededores no cambia mucho la onda; en mis primeros tres minutos fuera, vi 300 pósters e imágenes del susodicho, enemil letreros de restaurantes, tiendas y servicios con alusiones directas a él, y cinco cuates idénticos. Al alejarme un poco más, llego a la “quinta avenida” de acá, que más bien es como de octava. Ji ji ji. La misma excesiva estridencia, suciedad y locura de las calles más transitadas que había visto por aquí, sólo que además, de pronto ves pasar vacas, camellos o elefantes; las primeras corriendo, comiendo o descomiendo libremente, a raudales. Interesante, pero la verdad es que no hay mucho que disfrutar fuera de aquello que algunos siguen llamando “ashram” y otros “comunidad”. Así que volví algunas veces, varias, ahora pagando mi entrada cada día. Y estuvo muy bien. Me reconcilié con el sitio y comencé a disfrutarlo de verdad. Decidí tomarme unas vacaciones ahí mismo. Unas bastante sui géneris, en las que a veces me despierto a las 5:30, 6 o 7am para ir a las meditaciones dinámicas o a jugar tenis. He estado probando aquello de empujar al cuerpo más y más y encontrar en él nuevas fuentes de energía. De estar tan entregado a la actividad que la mente se calla y el físico va más allá. Situación nada mística para varios, algo similar me decía mi hermano con respecto a correr un maratón, mi amigo el Potro cuando hacía bici de montaña o mi amiga Vero sobre las meditaciones de Osho. Encuentro que todo es lo mismo, pero con diferente empaque. Y me río y me divierto. Y me fascino y suspiro.
 
He jugado mucho tenis: tres, cuatro, hasta cinco horas en un día. Y, dentro de los medianos, me estoy volviendo el bueno. El primer día que jugué (día que fui invencible en el “deporte blanco”, que acá tiene que ser “marrón”, pues también demanda uniforme), de repente, entró corriendo y chillando un mandril, quien tomó una bola y se la metió en la boca. El indio con el que estaba jugando, Abipsa, soltó la raqueta y corrió hacia éste gritando y agitando los brazos con demencia. Entonces el mandril y yo huimos despavoridos… Ji ji ji. Se ven cosas raras por acá… Además he nadado y golpeado un saco de arena hasta el cansancio. Pero eso, ya me cansé; me duele un poco todo y mi puerquecito me pide reposo para recuperarse de tanto. Así que estos últimos dos días se lo di. Junto con harta comida variada para recuperar algunos de los tantos kilos perdidos.
 
¿Qué cómo pasé el Año Nuevo? ¡Ush! Mucho mejor que la Navidad. Despedí el año viejo con una nariz roja. Así es, caracterizado de clown, me la pasé animando a la banda en la fiesta. Jugueteando, payaseando, bailando, arrancando, recibiendo y generando una buena cantidad de sonrisas. Riquísimo. Las 12 campanadas llegaron y yo brindaba con un vaso mimado (o sea, con mímica) y una bola de buenos cuates (aunque nada comparado con mis tradicionales Años Nuevos en casa de Coqui, con MIS AMIGOS). Y el primer día del año, también con nariz roja, hice una rutina de clown en el show de variedades… Poco antes de entrar al escenario, siempre me quiero rajar, salir corriendo, y casi ruego por que se suspenda todo y ya, bye. Pero en esta ocasión no podía darme el lujo, pues resulta que, por quién sabe qué cosa, no estaba yo en la lista de las actuaciones. Pero ya estaba caracterizado, listo y con muchísimas ganas de salir a escena. Así que insistí e insistí, no podía quedarme con las narices cruzadas, y sólo me decían “tú estate listo y, si hay chance, te llamamos y sales”. Y de pronto me llamaron. Salté a escena. ¡Y puff! ¡Un exitazo! Hice una parodia sobre una de estas meditaciones obligadas a las que teníamos que ir. El lugar se llenó de carcajadas y aplausos; yo, de mucha emoción, de incredulidad ante tal respuesta. Al otro día, el ego, que había estado de vacaciones, me hacía pasearme de un lugar a otro en el Centro de meditación, sólo para recibir comentarios, de conocidos y desconocidos, sobre la actuación del día anterior: “¡Tú eres el clown de ayer, felicidades!; ¡Vaya, gracias por tantas risas, casi me hago pipí!; ya hacía falta romper toda esta solemnidad, enhorabuena; ¿eres payaso profesional?; ¡wow, no te conocía esa parte!; eres un gran mimo, ¿a esto te dedicas?” Etcétera, etceterísima. Y, ego a parte (o no, qué sé yo), fue taaaan simbólico para mí despedir el viejo y recibir el año nuevo sobre un escenario, dando función en India, trabajando, pero en algo que amo tanto, que ahora me siento pleno, muy agradecido, como, a mano, satisfecho, como si ya supiera de qué va la onda...
 
Ahora se acerca a mí la gente del programa (sobre todo un tipo, de quien ya les contaré más), los mismos con los que me peleé algunas veces, los que no sabían si podrían darme chance de salir a escena o no, para ver si quiero hacer una función más larga, un unipersonal; o a ver si quiero dictar un taller, impartir un curso. “Ah, bueno, pues déjenme pensarlo.” Ji ji ji. Y no es por payaso, bueno sí, justo es por payaso que me quieren ahí, pero me refiero a que no es por ponerme mis moños, sino porque ya tengo que ir organizando todo pa’ emprender el regreso. Debo estar en Puerto Rico por ahí de febrero, principios o mediados. Antes de eso paso por España de nuevo. Tengo una cita pendiente con el Prado y otra con Barcelona. Espero que el tiempo, la organización y el dinero me permitan cumplirles. Y, a partir de ello y de si se me da la gana o no, no sé si haré algo más con estos cuates de Osho. Ya los mantendré al tanto. Y les cumpliré…
 
Y hablando de cumplir, ¿saben cuál es la principal razón para desilusionarse por no llevar a cabo los propósitos de Año Nuevo? Hacer propósitos de Año Nuevo. En serio. Hagan lo que quieran, cuando quieran, pero no se lo prometan a ustedes, y mucho menos a alguien más. Sólo háganlo. O no. Pero traten de dejar promesas y culpas de lado, que son un lastre bien incómodo de arrastrar.

Mando abrazos largos con 12 palmadas en la espalda, y sonrisas causadas por las cosquillas de una brisa nueva…
  
PD.- En cuanto boté el programa residencial de “Work ASS Meditation” cambié de look; un poco por mostrar externamente la metamorfosis interna, otro tanto por aprovechar que tenía agua caliente en el lavabo para rasurarme y quién sabe cuándo más la tendría, y otro tanto por ya no parecer Jesús, no fuera a ser que me volviese a topar con aquel Buda y entráramos en conflictos reliciosos. Ahora el estilo es menos bíblico y más mosquetero, ya se los enseñaré. Los cocineros del restaurante donde trabajaban lo definieron así: “Antes te veías more cute, pero ahora te ves more intelligent. Y te preferimos cute que intelligent.”

Con harto amor, del viejo, del nuevo, del de siempre,

Piolo

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