viernes, 17 de abril de 2009

Nightmare Before Christmas

Mucho de Tim Burton tuvo esta semana. Pero también bastante de Pesadilla en la calle del infierno y, peor aún, alguito de The Shining.
 
Mi primera noche como velador fue suficiente para querer salir corriendo. Pero ahora es un hecho, estoy a punto de hacerlo…
 
Todo comenzó a las 12am en punto, hora en la que las personas se meten y los mosquitos, el frío y el miedo se salen. De control. Compartí dicho turno con este místico indio de barba y cabello grises que le cubrían el pecho y la espalda, de sesenta y tantos años, mirada profunda y anécdota varia, “Prem Anam”, que significa “Amor sin nombre”. Pero lo que en realidad no tuvo nombre fue lo que me platicaba mientras hacíamos la primera ronda nocturna: “Hace dos noches estaba caminando por aquí y empecé a escuchar dentro de mí ‘aaauuuum, aaaauuuuum’. Mientras más avanzaba, se escuchaba más fuerte y más rápido. De pronto, lo vi salir de ahí, entre esas ramas, justo al lado del gimnasio al aire libre…”
–      ¿A quién?
–      Al ladrón.
–      ¿Al ladrón?
–      Sí. Le dije que se fuera de aquí y entonces me arrojó una pesa que me pasó a esto de la cara –decía en su mismo tono lento, calmado y solemne mientras con sus arrugados dedos marcaba una distancia realmente corta–. En ese instante fue cuando escuché el “aaaauuum” más intenso y fue como si la pesa me hubiera atravesado.
–      ¿Una pesa como esa? ¿De las de 30 kilos? –con mi temblorosa voz, tanto como mis piernas– ¿Y qué hiciste luego?
–      Me eché a correr.
–      ¿Y?
–      ¿Y entonces me arrojó la linterna que traía. Me dio en la espalda, pero ya casi no me duele…
 
“Ah, no, pus, qué chingón que me cambiaron de chamba. No, si está de poca madre. El único pedo es que a mí todavía no se me despierta ese sentido arácnido, pero no hay fijón, yo me rifo…”, pensaba irónicamente la irónica mente, mientras las patas de atole querían correr.
 
Luego de mostrarme interesantes recovecos, azoteas, escondrijos del lugar y de contarme sobre historias de Osho, a quien conoció personalmente, llegamos a la puerta que debíamos cuidar el resto de la noche. Al paso de un par de heladas horas ahí, me dijo que era hora de que fuera a hacer la ronda. Esta vez yo solo.
 
“Sí, claro, no hay bronca, yo voy. Total soy un pinche mexicano sin entrenamiento alguno (ni siquiera llegué a cinta amarilla cuando chavito), pero ya medité dos veces y traigo una linterna, bieeeen prendida. Entonces, claro, si algún ladrón entra, brincando alguna de las bardas de un metro, sin púas ni cámaras ni siquiera botellitas rotas, a este lugar donde hay chingos de comida, computadoras y equipos de sonido, yo corro, y ya ¿no? Y le llamo a uno de los guardias –que no están armados, vaya, que ni siquiera tienen todas las piezas como para poderse armar bien– claro, si logro despertarlo. Ya vas. Qué a toda madre.”
 
En cuanto pasé por el gimnasio me cercioré que todas las pesas siguieran en su lugar, pues si faltaba alguna, lo más probable es que al otro día alguien la encontrara incrustada en mi nuca. Aquellos árboles, aves, animalillos, neblina, bambúes, estatuas gigantes de ídolos, la tumba de mármol de los padres de Osho, las inmensas y oscuras pirámides, todo eso que tan bello es de día, de noche es aterrador. Ideal para comenzar una poco amena y ultra veloz charla con tu cabeza. Una discusión, más bien.
 
–      ¡No mames, qué es eso!
–      Tranquilo, es tu propia sombra.
–      ¿Y eso?
–      La sombra de algo más…
–      No te asustes, es sólo una rata de 30 centímetros…
–      Ah, ok, sólo eso…
–      ¿Y aquello?
–      No, pus, chale, eso creo que sí fue un fantasma…
 
Cuarto de lockers, brasiere en el piso, pósters de Osho por doquier, algunos arrugados, viejos, sin ojos. Rechinido de puertas. Luz trémula. Gotera ensordecedora. Murciélagos aleteando. Vapor que sale de las calderas. Cascadas. Alberca vaporosa. Otra vez el gimnasio. El costal de arena en tenue movimiento. Las pesas en su lugar. ¿O no? Una regadera abierta. El sauna que aún humea un poco. Pum. Pum. Pum. Tres frutas que caen como piedras desde lo alto de un árbol. Un árbol cuya rama me toca el hombro como queriendo llamarme. Corazón a todo lo que da. Pum. Pum. Pum. Quijada engarrotada. “Y si…” “Y si esto, y si aquello, y si esto otro… No. Esto es demasiado. Mañana mismo me largo.”
 
Pero no. Porque “ni pasa nada”, “enfrenta tus miedos, bla, bla, bla”. “Además, queremos que seas el coordinador de todos los cuidadores de las puertas. Que armes tu equipo. Necesitamos alguien como tú. Ya te instalamos un teléfono en tu cuarto y mañana te damos tu celular”.
 
“¿Alguien como yo? ¿O sea, el único extranjero en el equipo de los Gate Watchers (no Bay, no Weight, GATE Watchers)? ¿Un gallina al que no le da la gana estar aquí y mucho menos exponer a otras personas a que hagan este irresponsabilísimo trabajo? ¿¡Teléfono Y celular!? ¡Que miedo! ¿Para que me contacten si alguien entró, si hubo una pelea, aquí donde los policías, vigilantes y amedrentadores nocturnos hablan todos en hindi? ¿Aquí donde al igual que en México, los guardianes de la seguridad son tan aterradores como los encargados de romperla? Gracias, pero no gracias.”
 
– Tienes un mil por ciento de respaldo. Si pasa algo, me llamas, y si alguien se le ocurre hacerte algo, vengo y le exprimo las pelotas —me decía el encantador jefe de seguridad del lugar, quien es una versión india de Danny DeVito. Chaparro, pelón, panzón, recio por fuera y muy suavecito por dentro. Sí, como las Tutsi Pop—.
 
Pues nada, Igual probé. Pero mil veces pasó algo y nadie vino a tiempo para exprimirle las pelotas a nadie. Al contrario, en cuanto algo sucedía, llegaban tres guardias escandalizados, corriendo hacia mí, gritando en hindi, esperando que este pobre diablo les pudiera ayudar. Y el que ahora tiene las pelotas exprimidas soy yo. Hoy tuve tantas peleas, que a penas y me reconozco. La mayoría, porque TENGO que recordarle a la gente que deben vestirse con toga color marrón. Joder. Y empiezan las discusiones sobre si eso es o no marrón. Y hoy llegué a gritarle a un tipo que si tenía algún problema, pues que mandara un mail, se quejara con alguien, buscara un buzón de sugerencias y se largara a meditar, pues le urgía. Pero no. A mí es al que me urge. Son batallas que no quiero librar, que ni me interesan y en las que ni estoy de acuerdo. Era demasiado para mí. Lo hablé mil veces y al final decidí que si me cambiaban de trabajo me quedaba, por lo menos, hasta el cambio de año. En el restaurante me quieren de vuelta y además mañana me proponen otra cosa. Pero lo que acaba de pasar me colmó. Y creo que con esta me despido…
 
Entró por la fuerza un tipo, con toga y ojos blancos, sin mostrar su credencial. Como era mi obligación, le pedí que me la mostrara, pero el siguió avanzando, en un terco y medio falso transe. Se quedó congelado a medio pasillo, tanto como los pasguatos guardias. Sólo señalaba a su bolsa, supongo que quería decir que yo le sacara la credencial de ahí. Corrí al teléfono. Le llamé al adorable mafiosillo éste y me dijo “no te preocupes, sólo dile que se salga, que me espere, y yo hablo con él. Llego como en media hora…”
 
“Claro, Dhyanesh, yo te espero, justo ahora viene hacia a mí, buscando algo en las bolsas de su toga, con cara furia y mirada más perdida que antes, con las venas del cuello resaltadas, resoplando, pero sí, yo le digo que se espere, que si eso que trae en la bolsa es un cuchillo, que por favorcito lo guarde y no me lo vaya a clavar; le invito un cafecito y le pido que te espere, ya vas…”
 
El tipo se quedó frente a mí, señaló papel y pluma, se los di y entonces comenzó a dibujar unos jeroglíficos. Le insistí en que se fuera. Entonces se reencabronó conmigo por haberlo sacado de su estado. Estaba tan dentro de sí mismo, que por eso no podía mostrarme su credencial. Era una reencarnación de Buda y yo un imbécil por no haberlo comprendido. Pero bueno, ahora me mostraba su credencial y ya podía entrar sin bronca ¿o no? Volví a marcarle a Dhyanesh. Me pidió hablar con este cuate, quien se rehusó a tomar el auricular y se perdió entre gritos, y entre el negro humo de los rickshaws. Se alejó por la oscura calle que yo tendría que recorrer más tarde, solo, cuando acabara mi turno. Sin nadie junto a mí que pudiera exprimirle las pelotas a este Buda que me empujó a tomar la decisión. Me largo. O no… Pero por lo menos dejo de chambear acá. Esto ya no tiene que ver con mis miedos, mi mente, mi ego, mis demonios. Esto es puro, tradicional y bien fundamentado miedo. Además, no me interesa mucho aprender a poner cara de malo, a ser gandalla con la gente. Como les dije ayer que me despedí categóricamente, ni tengo las agallas para hacer eso ni el mínimo de de desarrollarlas. A la burger. A la vegie burger (no saben qué buenas están, hasta a veces parecen carne).
 
Ja ja ja. No mames, cómo me fui a meter en esto. Ya les contaré el desenlace, que seguro ocurrirá mañana, mientras ustedes cenan pavo, perros. Y yo, ni perro. Ni pedo. Pero hoy vi paseándose un pavorreal por acá, en una de esas y le dejo caer una pesa y lo cocino en el sauna… Ya veré.
 
 
PD.- En el mail pasado les dije que acá los gallos cantaban a toda hora. Y resulta que sí, que precisamente cada hora cantan, pero son unos falsos. Ji ji ji. A penas me enteré que es una alarma que suena en cada puerta. Osho los instaló para recordarle a la banda, cada sesenta minutos, que “aún no estamos despiertos”.
 
Metáforas y gallos a parte, dudo poder pegar el ojo esta noche…
 
PD2.- Una de las razones principales por las que quería venir a este exótico país –aunque muy parecido al mío en muchos aspectos– era para saber cómo se llamaban aquí las “nueces de la India”. Creía que se llamarían “nueces de acá” o algo así, pero no, son sólo “nueces”. Y no, aún no conozco a ninguna india cuyo nombre sea María…
 
PD3.- Curioso ¿no? Decenas de comentarios con respecto a que luzco como Jesús, pero con todo respeto a Don Chuy, déjenme asegurarles que la chamba de San Pedro, que solía ser como la mía, está mucho más cabrona, y nunca lo había imaginado. O sea, no es sólo como, “aquí están las llaves, abro, cierro, tú entras, tú te vas al infierno”. Nel. Acá a los que mandas al infierno se quedan a pelear, a hacer todo lo posible por acceder a lo que creen que es el paraíso. Y ni arcángeles pa’ madreárselos, ni una palanca que les abra el piso o les evapore la nube en la que están parados para que se vayan directito al diablo. No, está duro, está cabrón…

Bastante desahogado y agradecido de entrar en contacto con ustedes, me despido. Deseándoles que la suya sí sea una Noche Buena.
  
Harto amor, abrazos, baile y sonrisas.

Piolo, Luis, Fernando, Luis Fernando, como quieran. Todos somos uno, y uno para todos.

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