viernes, 17 de abril de 2009

Trouble in paradise


Querid@s:
 
Antes que otra cosa, déjenme agradecerles enormemente sus desapegadas palabras y su comprensión por no ser capaz de contestarles, pero sepan que sus mails son ungüento para esta alma cansada; sí, sí, como ungüento de hadas…
 
No puedo creer que apenas haya pasado una semana… Con ésta han pasado también cientos de estados de ánimo, decenas de sonrisas, docenas de enojos, millones de experiencias (algunas oníricas, otras de pesadilla) y mil vendavales. Trataré de ser breve, pero advierto desde ahora que dudo lograrlo, tanto como dudo de todo últimamente, salvo cuando decido dejar de dudar, sólo porque sí, y la duda entonces se convierte en la certeza de que siempre hay que dudar…
 
¡Ay, sí ¿no?! ¡Qué dijeron! ¡Éste ya anda bien meditativo! Pues no, más bien, bastante meditabundo… A ver. Vamos por partes. El lugar: estoy metido en una cosa que se llama Osho Meditation Resort, que es en un tercio spa, resort o Club Med (y no por “MED-y-tación”); un tercio ashram, comuna, santuario de las artes ancestrales de Oriente; y un tercio manicomio. Todo, bajo una ligera neblina fresca, inmensos árboles y bambúes constantemente atravesados por aves exóticas y por contundentes rayos de sol que se hacen notar, uno por uno y en bonches, y un cielo azul intenso por el día, gris oscuro con chispas blancas por la noche. Acá viene gente de todo el mundo, ya sea a relajarse, tomar cursos y talleres, aprender sobre meditación, sobre Osho (de quien ya les contaré), sobre ellos mismos, a encontrar respuestas, aumentar preguntas, a escaparse, esconderse, alejarse, en fin. Para todo ello hay que desembolsar una buena cantidad de plata, que bien lo vale, de entrada, sólo por la paradisíaca atmósfera, por ver una especie de mundo en chiquito, de aldea global, con muestras de cada nacionalidad, de cada raza, de cada carácter, vicio de carácter, de varias religiones y creencias y no creencias; con patios llenos de música y gente bailando, siempre; con ancianos de pelo y barba blancos y largos como invierno; con chinos que bailan cumbia, rusos que cargan osos de peluche todo el día, españoles con bolas de cristal girando a toda velocidad en sus manos, gringos que no comen mantequilla y que llevan una semana sin hablar, mexicanos con nombres indios, australianos comiendo huevos orgánicos con una salsa llamada masala que es como nuestro pico de gallo (por cierto, acá los gallos cantan a cualquier hora y las gallinas no cruzan el camino, aunque quieran llegar al otro lado, porque hay que estar zafado para cruzar la calle; no es porque acá el sentido del tránsito sea al revés que el nuestro, eso vale gorro, pues finalmente cada moto, rickshaw o coche siempre va por el “carril” –nada delineados– que se le da la gana). Además de todo, hay una bola de idiotas que vienen y pagan para trabajar. Sí, tal cual. Se inscriben a una cosa que se llama “Work As Meditation Program” y de esa forma no les sale tan caro entrar, vivir aquí y tomar algunos talleres y meditaciones de a grapa. Claro, además tienen que pagar su comida y gastos personales. En este último grupo es en el que estoy. Aquello de “As Meditation” no estoy tan seguro, pero la parte del programa que se cumple cabalmente acá es la de “Work”. Te puede tocar donde sea y asimismo te pueden cambiar de un día para otro. Ya saben, como pa’ estar siempre alerta y abierto al cambio y esas cosas… Se me antojaba mucho chambear en un restaurante. Siempre he creído que para ser un buen actor (improvisador o similar) hay que haber trabajado en un restaurante alguna vez en la vida, no sé por qué. Y, tómala, que ahí me toca. “Gracias.”
 
“Ten cuidado con lo que deseas que se puede convertir en realidad.” No saben qué pesadilla. Entré en las peores circunstancias. Con poca gente (de este lado del changarro, porque del otro es la época en que más hay), con la jefa más estresada de Brasil y de la India, con una gripa del demonio (o de pollo, aún no lo sé…), con el mundo interno vuelto de cabeza por tanto viaje, intento de meditación y harta cosa a flor de piel; y con un entrenamiento de dos segundos. Mi debut fue en una noche de “cena especial con show”, en el que por poco el espectáculo principal iba a ser el de un mexicano muriendo a medio restaurante. La gente con hambre es malvada, lo somos; aunque hayas comido hace dos horas, hayas hecho tres de yoga, cuatro de meditación activa, ocho días intensivos con técnicas de relajación. Malvada. Y resulta que los peores con los que me he topado (también, debo reconocer, en otros casos, en otras cosas han sido los mejores) es la gente que lleva años viviendo acá, que son como los senseis (sannyasins, para ser precisos); increíble, incluso me he peleado con alguno. Fuerte. Y es que creo que, más allá de mis condicionamientos y de lo que yo provoque sin querer para tener estas broncas, me molesta ver que hay gente que en pos del “crecimiento personal”, lo que en realidad parece desear es ser más grande que los demás. Si entro en detalles, una de dos, o los aburro o se hacen una coperacha para venir a rescatarme cuanto antes, así que los evitaré. Pero digamos que a grosso modo, la experiencia incluye clientes aventándote dinero, diciéndote sutil o literalmente estúpido, jefes regañándote, espacio deplorable, trabajos físicos forzados, dinero faltante que tuve que pagar yo... Ji ji ji. En fin. Está cabrón. Al segundo día quería llorar. Y lo hice. Y sirvió. Luego del desahogo, todo se puso menos mal. O más bien, taaaan mal, que comencé a disfrutarlo. Y está bueno. Está bueno que no todo sea bueno acá. Aunque esto a veces es un exceso. Llega un punto en donde ya no hay hacia abajo y sólo queda subir. Aquello de Karate Kid era una babosada comparado con esto. O sea, pinche Daniel San se puso pendejo porque tenía que pulir y encerar 10 coches, ¡y sólo una vez! No manches, eso no era nada. Igual que él he encontrado aprendizajes tras todo esto, pero no por el programa ni por los Mr. Miyaguis de acá, simplemente por la prueba, la intensidad, la temperatura ideal para que los demonios propios hiervan y salgan a pasear. Y acá no hay donde esconderse de ellos. Ni ropa, ni coche, ni tiempo, ni tele, ni cine, ni casa, ni compras, ni teatro, ni profesión. Mejor los encaras de una vez por todas. Pulir y encarar, encarar y pulir. Y llega un punto en que hasta los abrazas y juegas con ellos. Muchos se quedarán a vivir contigo para siempre, así que más vale dejar de tenerles miedo.
 
Diablos a parte hay gente maravillosa. Clientas de 70 años que te tiran la onda, caricaturistas orates, músicos, hippies, fresas, ricos, millonarios, chidos, chafas, chingones, chacuacos, chichonas, chupitos, cheleros, chavas, chivas, changos, chivatos, chiflados, churreros, charritos (perdón, extraño la “che”). Chale, por cierto, todo esto es en inglés, otro grado de complicación). Una alemana y una rusa, compañeras de chamba, güeras como gringas pero cálidas cual cubanas. Un argentino rebelde, una italiana gritona, una mexicana picky y yo somos como la bolita de la escuela, un colegio más como el de Harry Potter que uno tradicional: con togas y brujas, reglas estrictas y coordinadores malvados, con escondites y embrujos, pócimas, ratas (me han visitado un par en la cocina), murciélagos del tamaño de águilas que sobrevuelan los auditorios con forma de pirámides, y muchas escobas que ampollan las manos (aunque éstas sólo sean para limpiar), pero sobre todo, amigos que nos vamos cachando unos a otros al caer (bajo condiciones de tan alto estrés, como que el proceso de complicidad y compañerismo se acelera, se cocina como en olla express; por eso digo “amigos” sin temor a exagerar). Afortunadamente hay tanto baile todo el tiempo. No manches, qué buena manera de desahogar. Además, acá todo mundo baila como si nadie lo estuviera viendo, como lo haría estando solo; qué simple, qué básico, pero qué útil; y a la par, estoy tomando un curso que te da herramientas para meterle onda zen al trabajo, y está buenísimo ponerlo en práctica de inmediato y bajo las peores circunstancias posibles pa’ calar en caliente si funcionan o no. Y funcionan. Eso está re bueno. También me han servido las obligatorias reuniones de en la tarde, que son meditaciones comunales en las que lejos de vislumbrar la iluminación o la total inmovilidad de la mente, he aprendido a controlar bien el cuerpo, pues sigo con esta insoportable tos de perro y ahí está prohibido toser. Y la he librado, durante esas dos horas, cuando menos. Igual voy un poco mejor, en parte, por el jarabe Vick de Jengibre, sabor que tiene el 90% de las cosas que te llevas a la boca, los mismo Halls que pastas de dientes, tés, guisados, chupones, cigarros, creo que hasta tus mismas manos y uñas empiezan a saber a eso si te quedas el suficiente tiempo. Primero sentía que estaba comiendo jabón Camay, pero ahora hasta lo disfruto.
 
No sé cuánto tiempo me quede acá. Voy un día a la vez. Ahora mismo el ego es un cachorro asustado, pequeño, diluido y tembloroso, chillando en una esquina. Eso está sabroso. Pero
desde ayer disfruto mi trabajo, con todo y todo. Y lo mejor es que nada cambió por fuera, las circunstancias siguen siendo las mismas… Hasta me he reído harto, sobre todo cuando pongo a cantar mariachi a los cocineros indios o les pido que piropeen suciamente (en mexicano) a las clientas.
 
Casi todos se quejan de la desorganización y dificultad de su chamba, y casi nadie se explica bien a bien por qué aguantan tanto. A veces es como New York en toga. Más el Olimpo que el paraíso (por las pasiones, traiciones, batallas y excesos). Pero algo hay en este lugar que te hace querer quedarte un poco más para desentrañar algunos misterios –misterios que no necesariamente están en el sitio, allá fuera, afuera de ti–. Para ver que hay debajo de esta espesa capa que te da la “bien”venida. Y desee tanto que me cambiaran pronto de chamba, que me pusieran en algo más relajado, callado, quizá más solitario, sin tanta presión, con horarios más continuos, en la que tuviera chance de pensar, tomar agua, tomarme mi tiempo, donde no me diera todo el día el sol en la cara y me hiciera ponerme como tomate al vapor, que de pronto sucedió el “milagro”. Concedido. Mañana a las 12am comienzo mi nueva labor, mi nueva aventura en mi nuevo cargo: velador.
 
Ten cuidado con lo que pides…
 
Duerman tranquilos, que yo estaré despierto.
 
Abrazos de luna menguante, de vela incandescente.
 
PioLuis Fernando

PD.- Les mando un par de fotos en el balcón de mi cuarto, con mi toga (la versión Star Treck, luego les muestro el modelo Matrix que me estrené hoy y que, la neta, se me ve re bien) y mi barba (que no recorto, ni un poco, desde mi partida de Puerto Rico, sólo pa’ saber qué se siente, además de comezón).


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